He notado una caída en la concentración. No en una sola persona, sino entre sistemas y conversaciones. Hubo un tiempo en que una reunión podía contener muchas ideas a la vez. Podríamos explorar tangentes, poner a prueba pensamientos a medio formar y dejar que surjan conexiones inesperadas sin perder el impulso. Esa flexibilidad fue productiva porque el coste de la ambigüedad era bajo. Eso ya no parece cierto. Ahora, la atención se fragmenta rápidamente. Las ideas se multiplican, pero no se acumulan. El trabajo implica cada vez más reducir el campo, repetir el objetivo y volver a llevar la conversación a un marco compartido antes de que algo pueda avanzar. Me doy cuenta de que paso menos tiempo generando ideas y más tiempo limitándolas. Menos tiempo abriendo espacio, más tiempo cerrándolo deliberadamente. No estoy convencido de que esto refleje un declive de la creatividad. Se siente más como un cambio en dónde reside la restricción. La concentración, no la imaginación, parece ser el factor limitante. Todavía no sé qué pensar de eso. Pero parece un cambio real en la forma en que se hace el trabajo, y uno que merece la pena nombrar antes de intentar resolverlo.