Esta es una foto de la placa más cara del mundo. Está sobre mi escritorio como un recordatorio silencioso. Costó 2 dólares fabricarla, pero la historia detrás me ha costado más de 2.000 millones de dólares. Kalshi, el mercado regulado de predicción de contratos de eventos, acaba de ser valorado en 11.000 millones de dólares. Primero invertí con una valoración de 10 millones de dólares y aposté por doble en la semilla. Mi convicción era tan fuerte que insistí en liderar la Serie A y subir mi participación por encima del 25%. Tras tres semanas redactando y negociando la hoja de términos con Tarek, habíamos estado de acuerdo en cada punto. Iba a ser el cheque más grande que hubiera hecho nunca. El día de la firma, optaron por Sequoia. No les culpo. Alfred Lin y Sequoia han sido increíblemente útiles para la empresa, pero aun así dolió. Creía tanto en Kalshi que incluso me ofrecí a trabajar allí un día a la semana. Realmente me veía construyendo la empresa. Unos días después, Tarek me envió una nota de disculpa escrita a mano y esta placa. Era su manera de decir que la amistad importaba más que el trato. Cuando llegó la Serie B, me dio asignación sin que yo se lo pidiera. Me tragué el orgullo y lo acepté. La asignación fue una fracción de lo que habría tenido liderando la A y tenía que venir del JAM Fund, pero mi puesto inicial personal podría acabar siendo una de las grandes victorias en etapas iniciales en tecnología. Y estoy agradecida por todo ello. Tarek y Luana son fundadores generacionales implacables. Una vez que ves eso, no puedes dejar de verlo. Esa placa de 2 dólares me recuerda a algo sencillo: en el mundo de la empresa, una gran inversión paga por todas las demás muchas veces. Solo tienes que seguir disparando, incluso cuando te empujan un poco más atrás del aro. El juego a largo plazo recompensa a quienes siguen disparando.