Desde el 10 de noviembre, la legislatura ha estado trabajando sin descanso para responder a la sentencia del juez Gibson, que va de cuarto menos cuarto de la noche. Tanto si estás de acuerdo con el resultado del caso como si apoyas la Proposición 4, creo que la cronología de este caso es importante para destacar lo irregular, frustrante e injusto que fue todo este proceso para los votantes de Utah. El gráfico de abajo muestra una cronología detallada del caso. En enero, tras escuchar los argumentos orales, la jueza Gibson compartió con las partes que "el tiempo es apremiante" y que conseguiría una resolución lo más "pronto posible"; sin embargo, sus acciones dicen lo contrario. Tras ocho meses de silencio, retrasos y cambios de plazos, el juez Gibson ha anulado ahora la Constitución de Utah y la voz de los votantes de Utah, imponiendo un mapa congresional dibujado a puerta cerrada por grupos de interés. El mapa final no se envió al vicegobernador hasta DESPUÉS de la fecha límite del 10 de noviembre y el Gobierno Gobernador acaba de recibir el mapa para implementarlo, 11 días después de la fecha límite. Seamos claros: esta crisis no ocurrió de la noche a la mañana. Se creó por el propio retraso de meses del juez. Y tras retrasar el proceso durante casi un año, eliminó por completo al público—eligiendo un mapa elaborado por grupos privados de intereses especiales, no un mapa dibujado por la Legislatura o la Comisión Independiente de Redistribución. Nada en la Constitución de Utah, ni siquiera en la Proposición 4, otorga a un juez la autoridad para imponer mapas diseñados por grupos privados. La redistribución de distritos es una responsabilidad constitucional de la Legislatura, el órgano elegido y responsable ante el pueblo de Utah. Cuando un juez no electo anula ese proceso, la voz de todos los habitantes de Utah se debilita. Así no debería funcionar el gobierno. Nuestro sistema depende de la transparencia, la rendición de cuentas y el respeto a los roles establecidos en nuestra Constitución. Los jueces deben defender la ley tal y como está escrita, no reescribirla para fines políticos.