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Nochebuena, 1776.
Un río helado. Un ejército cansado. Y una fe inquebrantable en su causa, y en las convicciones que los unían.
Era Navidad, la celebración de Emmanuel: Dios con nosotros. Hace milenios, en la hora más oscura de la humanidad, Dios se unió a su creación en carne y hueso. Y en esa fría noche de 1776, un pueblo en apuros creía que Él estaba cerca una vez más.
Nuestros Fundadores hablaron abiertamente de esta verdad. Benjamin Franklin recordó a la Convención Constitucional: “Dios gobierna en los asuntos de los hombres.” Sabían que esta nación no nació por casualidad, sino por la Providencia.
Fue la providencia de Dios la que llevó a un ejército desesperado a través del Delaware.
La providencia de Dios que llevó a una frágil República a través de la revolución, la guerra y la prueba.
Y es la providencia de Dios la que nos ha traído aquí hoy, casi 250 años después.
La Navidad nos recuerda que la libertad, al igual que la fe, requiere sacrificio. Que la esperanza nace no en la comodidad, sino en el coraje. John Adams nos advirtió claramente: “Nuestra Constitución fue hecha solo para un pueblo moral y religioso.” La libertad no puede sobrevivir sin humildad ante Dios.
Ahora la carga es nuestra.
Para llevar este legado hacia adelante—no por nuestro propio elogio, sino por generaciones aún no nacidas.
Para defender la libertad con gratitud, determinación y fe.
Para recordar, como lo hicieron en esa Nochebuena, que Dios está con nosotros, y que con Él, todas las cosas son posibles.
Otros 250 años comienzan ahora.

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