En su cuaderno personal y en relatos contemporáneos, a veces se refería a los condenados no como criminales o víctimas, sino como sus pacientes. Aún más surrealista es su vida diaria fuera de las ejecuciones. Cuando no cumplía las órdenes del papa, trabajaba como comerciante de souvenirs. Vendió con éxito paraguas pintados a turistas en Roma, muchos de los cuales probablemente nunca se dieron cuenta de que estaban comprando recuerdos al verdugo oficial del Vaticano.