En los últimos 12 meses, he pasado 4 meses fuera de Europa. Asia, Norteamérica, Sudamérica... Conocí a cientos de personas. Y en todas partes, sentía una gran brecha con Europa. En el trabajo. Sobre el clima. Sobre la religión. Sobre la innovación. Sobre cómo imaginar el futuro. La lista es interminable. No sé si Europa tiene razón o no. Pero una cosa es segura: el mundo avanza, cambia, y tenemos la impresión de que Europa vive como si todo ya estuviera dado por sentado y se tranquiliza diciéndose a sí misma que Estados Unidos es más poderoso pero gobernado por un idiota (qué locura) y que el resto del planeta nunca nos alcanzará del todo (nueva locura)... La paradoja es que tenemos una enorme riqueza patrimonial, cultural y social, pero —y este es quizás el punto más llamativo— no queremos admitir que debemos ser capaces de mantener y cultivar todo esto (salvo a través de la deuda 😅). Vivimos un poco de alquiler, mientras el resto del mundo crea, construye e innova a toda velocidad. Le vi desde Bangkok hasta Buenos Aires. Si queremos mantener nuestro modelo, o incluso mejorarlo, tenemos que aceptar esta realidad. Nada se puede hacer sin esfuerzo. Tenemos que trabajar, crear, innovar, como hicieron las generaciones anteriores. Porque el mundo no dejará de esperarnos. Peor aún, nos lo impondrá.