Nada radicaliza más a alguien que darse cuenta de que subsidia a una parte considerable de las personas en su país, muchas de ellas extranjeras, que no pagan la comida, el alquiler, los pañales, las toallitas, la fórmula, el seguro médico, la electricidad o la calefacción en el invierno, mientras que ellos mismos se sacrifican solo para llegar a fin de mes. Cuando se les acabe la paciencia, no será bonito.