Bitcoin nunca fue solo un sistema de pago. Siempre ha sido un experimento cultural, una práctica de memoria colectiva y un archivo sociotécnico. La cadena de bloques registra las transacciones y, al hacerlo, registra el tiempo. Lleva huellas de actividad humana, momentos de crisis, fragmentos de nuestra experiencia compartida. A través de estas acumulaciones, existe una red técnica como cultural. Tratarlo simplemente como una base de datos de balanzas es una forma de ascetismo tecnocrático, una creencia de que el significado contamina la integridad. La cultura no debilita la lógica de Bitcoin. Es más bien que le da a esta lógica un lugar en la historia. Todo sistema que rechaza el significado borra su propia memoria. Es por eso que Bitcoin no se está derrumbando, en mi opinión está madurando. Su resistencia no depende de la pureza, podemos dejar eso a los fanáticos religiosos y al estado, ambos convencidos de que saben lo que es mejor para su dinero y su alma.