Cuando Pablo reprendió a los judaizantes, no tuvo un agradable debate de "acordar en desacordar". No fue "encantador". Ni siquiera los consideraba hermanos legítimos en Cristo, sino más bien infiltradores y subversivos peligrosos que predicaban un "evangelio diferente". Usó un lenguaje gráfico y "ofensivo" para reprenderlos. Los llamó "perros" y "malhechores". Dijo que desearía que se castraran a sí mismos (jaja). Los sionistas "cristianos" son los judaizantes de nuestra época. Predican un evangelio distorsionado, atan conciencias donde Cristo liberó a los hombres y subordinan la cruz a un proyecto político terrenal anticristiano. Pablo nos mostró cómo responder. No con un silencio cobarde. No con compromiso. Sino con una reprensión audaz y pública llamando a estos falsos maestros exactamente lo que son: enemigos de la cruz de Cristo.