Una peculiaridad hilarante de la naturaleza humana es que nos maravillamos, alabamos y nos sentimos elevados por el talento natural de alguien dotado en cada esfuerzo humano, como el deporte, la música, el arte, la literatura, la comida, la arquitectura, etc. etc., y al mismo tiempo estamos dogmáticamente seguros de que no existe tal cosa como el talento natural en un dominio y, por supuesto, ese dominio resulta ser nuestra propia línea de trabajo.