A mediados de la década de 2000, hubo un movimiento para dar a cada niño en África un portátil. Se suponía que los portátiles transformarían la educación africana y elevarían el nivel de vida. Corporaciones e individuos recaudaron cientos de millones, enviando varios millones de portátiles a África. Los portátiles a menudo no se usaban, o se convertían en símbolos de estatus. Muchos se descomponían rápidamente y no podían ser reparados. Un análisis posterior encontró que los portátiles no tenían un impacto discernible en la inteligencia o la capacidad de lectura.