Escribí esto en mi cumpleaños a principios de esta semana como un recordatorio: Oh, gratitud! ¿Qué podría encontrar en ti? Me esperas. Me recuerdas. Me ofreces todo lo que necesito. En días como hoy te encuentro más fácilmente. Hay mucho por lo que estar agradecido. Estoy contento. Supongo que esta época del año es cuando me acerco más a ti. Unas semanas a finales de noviembre y principios de diciembre, y con suerte hasta el final de este mes y en el cambio de año, cuando pueda sentarme a tu lado. Ofreces tal abundancia. El pozo es inagotable. Y a menudo aún te descuido. Olvido mirar. Cuando es difícil encontrarte, debo recordar que solo tengo que hablarte para que existas y seas mío. Como la inspiración, vienes de la acción, no de la paciencia. Me abres. Por supuesto, es más fácil encontrarte cuando mi corazón ya está abierto. Pero no debo olvidar: a menudo eres la llave que las puertas de mi corazón requieren. Eres un instrumento que puedo tocar solo. Tu sonido es íntimo entonces, un susurro cálido. Se eleva en mí. Eres el sonido que hacemos en coro también. Tu forma y textura son diferentes entonces, pero igual de dulces. Reverbera y profundiza nuestras armonías. Nuestras voces se elevan a su vez. Y nuestros corazones junto con ellas. Eres pesado y ligero. Te encuentro en lugares bajos y simples. Te recuerdo con pequeños consuelos y ligeras sonrisas. Te encuentro en lo más sublime, cuando la belleza no tiene palabras. Te recuerdo en el rostro de la gloria. Silenciosamente, vibrante, generosamente, me guías en el largo camino a casa.