En las últimas semanas, han surgido varias disputas de alto perfil entre equipos e inversores: solicitudes de reembolso sobre instrumentos históricamente tratados como capital en riesgo, cláusulas de terminación vinculadas a cronogramas de lanzamiento fijos, SAFEs combinados con acuerdos de asesoría o tarifas para abordar desajustes de valoración, estructuras de bloqueo que producen diferentes cronogramas de liquidez para diferentes partes, etc. A primera vista, cada incidente parece ser una controversia aislada. Diferentes inversores, diferentes proyectos, diferentes contextos. Pero si amplías un poco la perspectiva, todos apuntan a la misma ruptura estructural: nuestros sistemas de incentivos ya no están alineados con la realidad económica del mercado en el que estamos operando. Este es uno de esos momentos en los que el pensamiento basado en principios fundamentales se vuelve útil. Si eliminas las personalidades, las capturas de pantalla y los ciclos de indignación en las redes sociales, te queda una simple observación: cada participante en el ecosistema está optimizando racionalmente su propia supervivencia dentro de un sistema impulsado predominantemente por el interés propio y muy pocas reglas. Esa no es una historia sobre actores "buenos" o "malos". Es una historia sobre incentivos. Los proyectos están actuando de la manera en que los fundadores tienden a actuar en mercados bajistas: protegiendo la pista de aterrizaje, retrasando lanzamientos hasta que se alcancen ciertos hitos, asignando capital de manera prudente y tratando de no regalar toda la tabla de capital en el proceso. Los inversores también están haciendo su trabajo: des-riesgando, buscando protección y tratando de cerrar la brecha entre las valoraciones que pagaron y las valoraciones que el mercado ahora está dispuesto a reconocer. Los intercambios y los creadores de mercado también están velando por sí mismos: fijando precios en riesgo, protegiéndose contra la volatilidad y des-riesgando siempre que sea posible. El retail está reaccionando como suele hacerlo: a menudo operando con menos información y más exposición que los participantes institucionales. Ninguno de estos comportamientos es irracional. Si acaso, lo sorprendente es cuánto tiempo se mantuvieron las viejas estructuras. El SAFE, el SAFT, el acuerdo de asesoría, el bloqueo, incluso la idea de un TGE como un "evento" discreto en lugar de un continuo de múltiples etapas: todos estos nacieron de un modelo específico de cómo los proyectos se lanzan, desarrollan y ganan usuarios. Ese modelo asumía tres cosas: confianza, velocidad y liquidez. Hoy, las tres están mucho más restringidas de lo que esos modelos preveían. Así que lo que estamos viendo ahora es menos un fallo moral que un fallo de coordinación. Un colapso de teoría de juegos en un sistema que ha cambiado silenciosamente a modo de supervivencia. Y cuando eso sucede, culpar es el lente más fácil pero menos interesante. La pregunta más útil para cualquiera que esté construyendo a largo plazo en este espacio es: ¿Qué incentivos produjeron estos comportamientos y cómo podemos rediseñarlos para que ninguna parte se sienta obligada a intercambiar confianza a largo plazo por supervivencia a corto plazo? Hasta que revisitemos esa pregunta de manera honesta, estas disputas no serán aberraciones. Serán señales que apuntan a una industria que necesita un rediseño estructural.